“Cuando la mujer indígena percibe y descubre la fuerza que tiene nada ni nadie le para, avanza y avanza con determinación”

Raimunda y Arizete se consideran indígenas a pesar de que, tiempo atrás, sus familias escondieran esas raíces por vergüenza o temor. Raimunda cree que su abuela era kukama o kichwa, del Perú, mientras que la mamá de Arizete era del pueblo Sateré Mawé. Dicen que su origen está en sus rostros pero, sobre todo, en sus corazones 100% amazónicos. Ellas son parte del Equipo Itinerante que recorre los ríos y caminos escuchando y acompañando, como pidió su impulsor, Claudio Perani, a los pueblos más alejados, generalmente en las fronteras donde las problemáticas se multiplican y la presencia escasea

 

Por: Beatriz García

“Mientras tenga energía para caminar, para poner mi mochila en la espalda y para encontrarme con los pueblos que necesitan de una presencia amiga, estaré con ellos, luchando juntos por una vida mejor”. Raimunda Paixán Braga ‘fala’ en portugués, pero sus palabras sinceras se entienden claramente a través de su mirada serena a la par que segura de lo que cuenta.  Tiene 69 años y nació en un pequeño caserío, Villa de la Alegría, del estado de Amazonas (Brasil).

“Para mí, personalmente, es algo más. Aparte de ser un espacio interinstitucional de servicio, es un proyecto de vida, donde vives lo que crees porque no hay un patrón o patrona. Somos nosotros y nosotras, peleando y acordando, pero, sobre todo, intentando vivir en primera persona todo lo que vamos hablando para los demás”. Arizete Miranda Dinelli habla ‘portuñol’ y, cuando le preguntan si después de tantos años ha encontrado eso que tanto buscaba desde jovencita duda unos segundos, se ríe y concluye: “Sigo en el camino, es una búsqueda constante”. Arizete tiene 59 y procede de Villa Cachimbo, entre los estados de Pará y Amazonas (Brasil).

Raimunda y Arizete, dos mujeres indígenas con raíces difusas que, en esa búsqueda por conocer más de sus orígenes amazónicos, descubrieron que el acompañamiento y amor a los pueblos de la Amazonía más recóndita sería su forma de vida. Y su inquietud les llevó, en 1998, a aceptar un nuevo reto: formar parte del equipo itinerante de fronteras. Prácticamente era un experimento impulsado por el misionero Claudio Perani SJ desde Manaos (Brasil). “Anden por la Amazonía, escuchen lo que la gente dice, sus demandas y esperanzas, sus problemas y soluciones, sus utopías y sueños”, invitaba el ya desaparecido Perani.

“Pienso que mi abuela materna era del Perú, quizás kukama o kichwa, y por los rasgos faciales de mi papá y lo que me contaron quienes le conocieron él era de procedencia guaraní”, comenta Raimunda. Por su parte, la mamá de Arizete era del pueblo sátere mawé y su papá originario del nordeste brasileño, no sabe bien. Y no lo sabe por una sencilla razón. “Como ser indígena no interesaba a nadie, nunca hablaban sobre eso. Yo, desde niña, supe que era indígena por mis rasgos, siempre estaba en búsqueda y como tenía un tío que vivía con los Sateré Mawé siempre estaba preguntándole y aprendiendo algunas palabras del idioma”, relata Arizete, “mi abuela por la vergüenza y su sufrimiento se callaba, pero uno de mis hermanos y yo siempre estábamos en la búsqueda. Era común ocultar el origen indígena, por el sufrimiento. El indio se relaciona con ser sucio, feo, perezoso, malo… ¿quién iba a querer ser indígena? ¿quién iba a sentirse orgulloso de ser indígena?”.

La mujer de frontera en los pueblos ‘sin frontera’

Los indígenas amazónicos son pueblos sin fronteras. Existen familias que, por circunstancias, viven hasta en tres países diferentes. La madre a un lado del río, la hija en el otro y la nieta en ese mismo río, pero unos kilómetros más arriba. Una misma familia, pero con diferentes nacionalidades y, por lo tanto, sometidos a sistemas y normas diferentes entre sí. En esa lógica un tanto ilógica las mujeres con un colectivo especialmente vulnerable y expuesto a situaciones más que difíciles: por indígena, por fronteriza y por mujer. “La mayor amenaza para ellas es la explotación sexual y, en general, de la mujer en sí, en múltiples aspectos. Siempre está por detrás del hombre, la sociedad es todavía ahí muy patriarcal, mucho más de lo que vemos en la ciudad. Es algo muy notorio en todos los países, la mujer continúa considerándose inferior al hombre. Hay una desigualdad todavía mayor”, opina Raimunda, y agrega: “Y, por supuesto, también la fuerte militarización que se vive en la práctica totalidad de los territorios de frontera les perjudica, las mujeres son como objetos”.

Raimunda, en una imagen de archivo. Foto: Cedida

En relación al Sínodo y lo que, en la realidad, puede cambiar este ‘kairós’ para la Iglesia la situación de las mujeres indígenas amazónicas la misionera del equipo itinerante tiene su propia visión. Y es una visión condicionante. “Yo veo que, si cambia la estructura de la Iglesia y la del pueblo en sí, las cosas pueden cambiar un poco hacia mejor. Espero un Sínodo con apertura real de nuevos caminos. Si eso pasa, las cosas pueden cambiar en favor de las mujeres tanto en la Iglesia como en las familias”, argumenta.

Otro tema, que va de la mano, es cómo construir desde abajo esa la Iglesia con Rostro Amazónico que pide el Papa y cómo, igualmente, inculcarle las bondades y fortalezas de la mujer indígena. Cabe preguntarse ahí, ¿cómo fomentar las vocaciones femeninas en la Amazonía? ¿Por qué son todavía una excepción? “Ciertamente hay muchas mujeres jóvenes que gustarían de hacer la vida religiosa, pero pienso que los programas de formación no están preparados. Tenemos unos planes que no consideran toda la sabiduría y experiencia de vida de las muchachas indígenas”, cree la hermana Arizete. Considera pertinente un giro. La mujer amazónica es abanderada de la libertad y, sin embargo, la vida religiosa se presenta como algo cerrado. “Hay congregaciones que están en búsqueda de otra forma de formar. Ojalá llegáramos al ideal: “Una forma de vida sin forma”, comenta, refiriéndose a una vida de acuerdo a cada realidad, regida por unos principios fundamentales pero a la vez respondiendo a las necesidades cotidianas y reales de la gente con la que la Iglesia se compromete.

Y es entonces cuando, a una pregunta clave, Arizete y Raimunda intercambian una mirada cómplice y, como poniéndose de acuerdo, coinciden en la misma opinión. “De la mujer siempre se habla como vulnerable, se destacan los problemas y amenazas que enfrenta pero, ¿y cuáles son las potencialidades de la mujer indígena?”, les preguntan. Es Raimunda quien contesta: “Las mujeres indígenas son sabias, cuando los hombres van a hablar en una reunión, ellas desde la cocina, mientras preparan las bebidas, ya les han dado algunos pálpitos o ideas a sus maridos para que hablen afuera. Las mujeres somos las que mantenemos las enseñanzas, las intuiciones, conocemos lo más sagrado… Por eso cuidamos de nuestros niños, compañeros…”. Y Arizete concluye: “Cuando la mujer indígena percibe y descubre la fuerza que tiene ya nada ni nadie le para, avanza y avanza con determinación”.

Actualmente el equipo itinerante está compuesto por unas 20-25 personas de diferentes procedencias y circunstancias vitales. Foto: Cedida

¿Quiénes son Raimunda y Arizete?

Desde joven, Raimunda Paixán se considera misionera. “Nací en una familia misionera, de humildes labradores, pero mi mamá ya iba de cada en casa ayudando en lo que podía a otras familias del caserío”, recuerda. Muy activa en diferentes grupos de la Iglesia, tomó opción por la vida religiosa e ingresó en una congregación de las Hermanas Vicentinas. Fue hermana durante 19 años, “pero descubrí que ese no era mi lugar, aprendí mucho y me encantaba el carisma de las hermanas, pero necesitaba algo más libre”. Desde ahí es misionera laica. Fue así que en 1988 se unió al CIMI (Conselho Indigenista Missionário) y desde ahí atendió sus inquietudes trabajando con las comunidades eclesiales de base, ribereñas y otros pueblos necesitados, como los yanomami. Fue precisamente una década después, cuando prácticamente estaba saliendo del CIMI para poder atender a su mamá enferma que se encontraba en Tabatinga (Brasil) que el Equipo Itinerante tocó sus puertas y… hasta hoy. “Para mí, la itinerancia es una escuela de vivencia, de aproximación al pueblo, de conocer más la realidad. Este equipo me ha dado una visión mayor del trabajo misionero en las fronteras, he aprendido también sobre la convivencia con compañeros de diversos pueblos, países, culturas… eso me ha permitido abrir mi mente al diferente. Me siento muy bien”, confiesa.

Arizete Miranda sí es religiosa, desde los 21. Pertenece a la Congregación de Nuestra Señora Cólegas de San Agustino. Entre sus referentes destaca a la hermana Ivone Gevara, quien es renombrada como teóloga y filósofa feminista relacionada con la Teología de la Liberación. “Ella nos ha ayudado como mujeres que somos a afirmarnos en la fe, a comprometernos con la vida a partir de ser mujer”, afirma. Es maestra de profesión, como su madre. Por eso, lo que más le llega al corazón es visitar pueblos, como algunos en el Valle de Yavarí, donde los niños no van al colegio. También le apena la imposición de modelos educativos ajenos a la realidad de los indígenas, a su sabiduría ancestral y a su cultura. Su llegada al equipo itinerante fue de la mano del impulsor, el padre Perani, quien conoció de su trabajo de años con la población de las periferias y la invitó. “Las hermanas fueron muy comprensivas y flexibles y, en cierta forma, dieron facilidades para que me liberara y pudiera ejercer con los pueblos indígenas alejados”, explica. En el año 2006 se tomó una pausa, pero retornó a la vida itinerante, con más fuerza que nunca, en el 2013. Y continúa… y continuará.